martes, 9 de diciembre de 2014

Cuba, adiós para siempre… /JRP


Teniendo como precedente el esfuerzo, desvelo y no pocos sacrificios que implican para un colectivo teatral estrenar una obra, es ciertamente difícil cuestionar el trabajo, pero quienes tenemos el compromiso de emitir un criterio debemos cumplir sin apasionamiento con el juicio sincero, necesario y siempre edificante que debe ser la crítica como instrumento de reflexión para con el público y sobre todo con el artista por aquello de “que hablen, aunque mal, pero que hablen”.
“Cuba, adiós para siempre”, una puesta en escena del actor Elier Álvarez Piñero, sobre el texto de Maikel Chávez, con dirección general de Manuel Rodríguez Moreno, estreno con el que Teatro AlasBuenas subió al escenario principal del Suñol durante este fin de semana, es una propuesta que sin lugar a dudas dista mucho de sus muy bien concebidos y logrados montajes anteriores.
Trabajar sobre el tan trillado tema de la emigración cubana es decidirse a caminar sobre una cuerda floja, en principio porque son tantas las versiones que en el plano artístico tiene tan recurrente asunto nacional que siempre será riesgoso volver sobre esta realidad cubana tan común en la medida que pasa el tiempo, y a mi modo de ver en esta ocasión el riesgo arrojó más penas que glorias.
Una obra que desde el inicio el espectador percibe que fue trabajada sobre un texto endeble, el cual sin dudas pudo haber crecido con una puesta en escena mucho más ingeniosa, sin embargo, la fragilidad del montaje de conjunto con el deficiente trabajo de la mayoría de los actores, la llevan a rayar en el pastiche y lo reiterativo, alejándola de la belleza a la que debe conducir toda obra de arte.
Más que interiorizar sus personajes, los aún muy verdes actores que conforman el elenco de la obra, prácticamente recitan el texto en un tono caricaturesco y falso, con un desempeño plagado de lugares comunes, actores que requieren de un mayor entrenamiento para que vayan despojándose del evidente verdor con que egresan de las escuelas de actuación.
Claro, que la responsabilidad mayor aquí está muy bien definida, esta mira hacia quienes deben dirigir con audacia y tienen que explotar al máximo el talento y las capacidades de estos muchachos que dan los primeros pasos en el complejo camino de las tablas.
A mi juicio, la obra que tiene como escenario un restaurant de lujo en España no es capaz de definir una frontera entre lo real y lo burlesco. Dibuja a un emigrante cubano simplón, histérico, poco serio e incapaz de demostrar esa consabida nostalgia que siente el isleño cuando se va a vivir al continente. Tal vez la trama quiso transmitir la añoranza de estos seis cubanos quienes desde el destino que les ha deparado la vida sufren el padecimiento de la lejanía, pero indiscutiblemente no lo logró.
Contra la puesta conspiran además parlamentos discursivos y monótonos con tono de consigna, un montaje plano con pobre diseño de luces y una banda sonora bien concebida, que incluso pudo haberse convertido en un personaje más, pero lejos de ello más bien compite contra la voz de los actores quienes a su vez deberían aprovechar mejor el recurso de la proyección escénica.
La camarera, defendida por Violeta Lores, quien supuestamente asume un rol protagónico, deviene especie de comodín para abrir y cerrar el telón, un personaje sin matices al que se le pudo incorporar mucho mas aprovechando la naturalidad expresiva de la actriz.
De “Ernesto”, el gay, a quien da vida José R. Moreno, es una burla por completo, más allá del evidente amaneramiento del personaje, ridiculizan a éste la brutalidad y lo vulgar. “John”, el enamorado de Ernesto, trabajado por José A. Pérez, es un personaje tan neutro que prácticamente pasa inadvertido en la trama, papel que por demás apenas ofrece posibilidades al actor de demostrar algún talento.
Walter E. Pérez y Laura García, encarnan respectivamente a “David” y a “Yanay”, un matrimonio joven que se debate en la disyuntiva de regresar o no a su Cuba natal, sin que ninguno de los dos logre aportar nada significativo a sus rancios personajes. En el caso de Miguel A. García, quien interpreta a “Miguel Ángel”, resulta personaje que se ve aplastado totalmente por su esposa “Caridad”, la que se logra robar el show de la puesta, interpretado con mucha más limpieza y brillo por Liliana Guevara que por Damaris Velázquez.
Amén de una mayor o menor lograda interpretación por parte de los actores, quizás todos los problemas de Cuba, adiós para siempre… radican en su concepción dramatúrgica, en no haberla concibido como una obra grande, en no delimitar un buen punto de giro y dar solución a los conflictos con salidas facilistas y manidas, ejemplo de ello, la fatal escena de la fiesta en el pensamiento de la “Yanay”.
En un momento pensé que el final salvaría en algo la puesta, nada más lejano de ello cuando la “camarera”, recitó “En Cuba siempre tenemos una mano extendida para decir adiós y no lo digo yo, lo dijo Eliseo Diego, Cuba adiós para siempre”.Solo le faltó enterrarse en el pecho un cuchillo de mesa del Restaurant de lujo “La Paquera de Jerez”, —del que logramos conocer el nombre gracias al programa de mano— caer de bruces y susurrar en el umbral de la muerte “Koniek”.
Por aquello del esfuerzo y los no pocos desvelos que implican estrenar una obra de teatro es precisamente que hay que asumir con el mayor rigor su puesta en escena, es decir, su esencia, pulir el trabajo con los actores y sacar el máximo de lo que estos pueden dar, y siempre alejarla de lo banal y de la palabrería obscena sin justificación.
Creo saludable experimentar con la propuesta, levantar el texto con inteligencia, hacer que el espectador mueva el pensamiento y no otra cosa, adentrarlo en otra realidad porque indiscutiblemente le queda grande el escenario a una obra artística que deje a un lado el arte para mostrarnos lo común de la vida, para eso a todas luces no hace falta ir al teatro./ Foto: Heidi Calderon.

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